Relatos de un Gigante ep. 6: El Ciclista Justiciero
- Matias Avramow
- 7 abr 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 5 may 2021
No puedo creer que haya terminado en barandillas, que ridículo me siento. La verdad, aún creo que tengo razón, el tarado del abogado casi atropella a unas mujeres y a mí. ¿Qué le pasa? No entiendo como a los automovilistas les importa tan poco la seguridad e integridad de los peatones, y de nosotros, los ciclistas.

Selfie/ Matías Avramow/ 2020
Matías Avramow
En la bici hasta me baño. Toda mi vida anduve en bicicleta, al menos desde los 5 años, pero nunca rodé tan fervientemente como ahora. Recuerdo que en la universidad salíamos con los amigos a Pátzcuaro, desde Morelia. Ahora no siento que sea tanta distancia, pero bien que cansaba. Llegábamos agotados y hambrientos al pequeño pueblito montañoso, comprábamos un kilo de carnitas en el puesto de “Las dos plazas” -las mejores que he comido-, y nos dormíamos en la jardinera del parque central cual vagabundos. Era todo un show y lo disfrutaba como pocas cosas. Recuerdo la sensación del después, las piernas temblorosas, el sueño imperdonable al igual que el hambre. A partir de ahí, no me despegué de la bicicleta.
De esos años para acá, viví mucho: bicicletas blancas, amigos atropellados, golpes, insultos y esas calcomanías que dicen que somos “cucarachas con ruedas”. Obviamente uno desarrolla un íntimo miedo y odio hacia los autos. A partir de fallas y errores, gritos, espejos tumbados y peleas callejeras, empecé a creerme un personaje de historieta. Con el paso del tiempo, me adjudiqué el título de “justiciero vial” y desarrollé un corto temperamento hacia lo que respecta al asfalto.
Es por eso que terminé en la cárcel, con la nariz rota; por eso estoy esperando a que mi “roomi” pague 700 pesos de fianza... por eso, por aquello y por lo otro también. La verdad es que debo aceptar que esta bronca que salió -por lo que le grité al automovilista, por lo que rompí su espejo, por lo que me golpeó en la cara, y por lo que repetí el mismo acto- va más allá del altercado vial. Fui un salvaje, de qué otra manera describirían la escena en la que los dos estamos esposados y sentados en una patrulla “pick up”, la sangre me chorrea hacia la boca, hay una policía entre los dos, y aun así me las arreglo para escupirle y gritarle de todo a mi contrincante; fui un bestia.
Les cuento que mi objetivo inicial era ir por pan al pueblo. Había cocinado ratatouille, una ensalada y sólo faltaba un pequeño ingrediente a la fórmula. Tomé mi Cannondale verde, -rutera de veintiún pasos- y me fui disparado. Siempre que me subo, llevo mi casco, remango mis pantalones y enciendo mi bocina. Recuerdo que ese día escalé la empinada pendiente hacia la panadería al ritmo de “Papa Don’t Take No Mess” de James Brown. Estaba a punto de llegar, las pantorrillas me comenzaban a temblar, sentía mi cuerpo hirviendo, la respiración se acentuaba al ritmo de la canción, y en un centésimo de segundo un Nissan Versa azul -de placas desconocidas y usuario obtuso- pasó a más de 60 kilómetros por hora a menos de 5 centímetros de mí. Me golpeó con su espejo derecho y casi atropella a una mujer y a su hija.
Este fue el momento de ponerme la capa, le grité ¡frénate pendejo! El tipo -muy obediente- frenó en el momento que lo solicité, para luego bajar del vehículo. Habrá medido 1.80, un piso abajo del mío, pero más robusto. Se acercó y rápidamente me contestó, se convirtió en una tertulia de sordos; gritando como simios en cualquier programa de National Geographic, era una escena de torpes primates buscando excusas para tener contacto físico. La siguiente escena fue una patada a su espejo retrovisor, un derechazo a mi ojo izquierdo, un derechazo a su ojo izquierdo; patadas, golpes e insultos… ¡POW, BAM, CHOOW! La estupidez humana en menos de cinco minutos - aún, al ritmo del abuelo del funk-. La verdad es que no entiendo bien cómo llegué al punto en el cual la policía nos esposó, nos subió a una camioneta y nos llevó a la cárcel preventiva. Yo solo iba por pan, ahora estaba golpeado, hambriento y confundido. Recuerdo preguntarme constantemente: ¿En verdad todo esto pasó? ¿Cómo me pude permitir tanta rabia?
Hace tiempo que estoy enojado, con todo... con todos, conmigo más que nada. Meses de frustración silenciosa, cuidadosamente acumulada en la parte de atrás de mi cabeza, justo donde no puedo verla claramente. Han sido tiempos difíciles. Francamente, desde que me escapé de la ciudad y me vine a este pueblito, estoy un poco irracional. Hace tres meses que vivo en Pátzcuaro y estoy furioso por estar aquí, por no poder estar donde quería, por seguir en un limbo. Quería pelearme, quería ser escandaloso, no era la justicia, era el animal que por un tiempo oculté, y que salió a gritar: ¡Estoy Vivo! Al final lo saqué como mejor sabía: en la calle, sobre la bici y con algún cristiano inconsciente que tuviera la misma necesidad absurda; la excusa perfecta.
Lo pienso y digo, tuve lo que quería. Ahora estoy en una pequeña celda, a un lado de mi víctima/victimario, y del “Hommi”, un chicano en desgracia que lleva tres días en los separos por posesión de marihuana; los tres chiflados. La única ventaja que le veo a todo esto es que, al final y sin esperarlo, durante las cuatro horas que llevo aquí, me hice amigo del abogado y conductor del Nissan Versa -sin espejo izquierdo-. Platicando, nos relajamos pidiéndonos perdón. Al final, la justicia llegó con la calma, la policía nos cobró más de la cuenta, acabé con la nariz rota y los dos con un ojo morado; también terminamos con unas cuantas risas y una “coquita” que nos regaló a cada uno Pedro, el policía en turno.
Noviembre 23, 2020
Referencias Fotográficas
Avramow Matías. (2020). Selfi. Pátzcuaro
Recomiendo leer escuchando (1) Papa Don't Take No Mess - YouTube, buenísimo.